El siguiente editorial
-dramático,impresionante pero muy realista - salió en la Revista bimensual SIC – del mes de mayo de
2018. (Para suscribirse,informa DORYS RENGEL, FUNDACIÓN CENTRO
GUMILLA - Teléfonos (0212) 564 9803 y 564 5871
EDITORIAL Asalto a la cotidianidad
Cualquiera
que con ojos externos llega a nuestro país se pregunta: ¿Cómo hace la gente
para sobrevivir? La situación es tan caótica que la pregunta cobra una absoluta
pertinencia. Sobrevivir en este valle de lágrimas llamado Venezuela es un
milagro. No hay condiciones objetivas para semejante proeza. El venezolano de a
pie cada día, desde sí, tiene que poner el piso para crear las mínimas
condiciones que le garanticen un día más. Vive al día, no hay otra manera de
estar. La incertidumbre no es solo existencial, política, económica, social, es
sobre todo, biológica: vida o muerte.
La
crisis ha quebrado la mínima regularidad de la cotidianidad. En un barrio
cualquiera, el día puede transcurrir así: José se levanta, va al baño y no hay
agua; se puede llegar a estar hasta 20 días sin agua. Hace sus necesidades
fisiológicas y no hay papel; o porque no se consigue o porque es muy caro y no
lo ha podido comprar. Si tiene suerte con el agua, debe administrar muy bien el
jabón, al punto que, por los costos, va guardando las cascaritas de jabón para
después juntarlas y hacer nuevos jabones.
Algo parecido pasa con el dentífrico,
al final se rompe para extraer el mínimo de crema dental. Si se va a afeitar,
lo hace a secas porque la espuma es un lujo. La afeitadora “desechable”, la
cuida para prolongarle al máximo la vida útil. Sale del baño y va a la cocina,
tal vez no tenga qué desayunar y, además, junto a su esposa, ante la
insostenible y escandalosa hiperinflación, han decidido suprimir el desayuno, y
en la medida que crece la hiperinflación irán viendo como reajustan los ritmos
de comida hasta quedarse con una sola al día o, tal vez, espaciar aún más su
dieta personal para priorizar a sus hijos. Literalmente: quitarse el pan de la
boca para que sus hijos coman.
José
trabaja en un comercio al otro lado de la ciudad y por su antigüedad gana algo
más de un salario mínimo. Por falta de un sistema de transporte público ha
disminuido o porque no hay repuestos o porque los propietarios no tienen el
poder de compra para reponer y rehabilitar los vehículos averiados. Mientras,
el Gobierno habla de guerra económica y sabotaje por parte de los conductores.
En consecuencia, José tiene que recorrer 3 km caminando hasta llegar a la
parada de los jeepses. No lo hace solo, varios vecinos se juntan para cuidarse
entre sí y protegerse de la delincuencia que, ante la desprotección e impunidad
por parte del Estado, roban celulares y, también, en ocasiones, loncheras. Una
vez que llega a la parada debe esperar entre 30 minutos y 2 horas para montarse
en el jeep que lo trasladará al metro. Ante la reducción de la flota del
transporte por avería de los vehículos, han comenzado a aparecer
camiones que hacen el servicio de transporte público.
Las imágenes son dramáticas, la gente va como
mercancía y los costos del pasaje son altísimos. María, la esposa de José, es
empleada doméstica. Se ocupaba de hacer servicio de planchado en casas
particulares de algunas familias del este de Caracas. Ya no trabaja a diario
como lo hacía antes, esto, por dos razones: la primera porque las cuatro
familias donde hacía su servicio doméstico de planchar, se fueron del país y
perdió su fuente de trabajo. Ahora hace servicio en el barrio, pero la paga no
es la misma, a veces plancha por un plato de comida que guarda en un perolito
para llevarlo a casa y compartirlo con su familia. La segunda, debido a la
crisis de movilidad urbana y la falta de efectivo está prácticamente confinada
a su sector.
Hace
poco se reunieron en familia para organizarse, pues ante la falta de efectivo y
la hiperinflación, no le dan los números en sus finanzas para correr con los
gastos del pasaje de todos. Ahora, los niños que antes tenían transporte
particular, van a la escuela a pie. Para llegar tienen que caminar alrededor de
3 Km, y lo hacen, sobre todo, porque en la escuela funciona un comedor y pueden
comer, de lo contrario desertarían de la escuela.
María
y José no tienen cómo sustentar el hogar, lo que ambos ganan, no les alcanza ni
para medio comer; sus hijos, como niños que son, juegan futbol con sus zapatos,
pero María y José no tienen como vestir a sus hijos porque un par de zapatos,
de baja calidad, vale en el mercado más de diez salarios mínimos. Bueno, el
regreso a casa, después de la jornada de trabajo es otra odisea. Todos andan
desesperados por llegar. En la boca del suburbio, donde se hace la cola (fila)
del transporte público, hay unos tales fiscales (informales que hacen de
intermediarios ente el conductor y el pasajero), que controlan y organizan
discrecionalmente el acceso a las unidades de transporte e imponen, según su
criterio, el costo del pasaje.
Los costos del pasaje, impuestos por estos
irregulares, son insostenibles para la economía familiar. José, se ha
organizado con otros vecinos, para juntarse a una hora determinada y subir a
pie, tres veces por semana, desde la boca del suburbio a la punta del cerro
donde vive. Llega extenuado a su casa, con el estómago vacío, rezando para que
haya electricidad y no encontrar su calle y su casa a oscuras.
Este
año, los apagones han sido el pan nuestro de cada día a lo largo y ancho del
país. Muchas de las protestas han tenido como tema la electricidad, el agua y
la salud. María, su mujer, lo recibe y le sirve una arepa. Le comenta que a la
vecina, quien tiene su hijo en Chile, le llegó la primera remesa y gracias a
eso pudo comprar unas harinas y, para celebrar la buena nueva, por
agradecimiento y solidaridad les regaló unas arepas. Conversan un rato. María
le cuenta que hoy fue a comprar la bolsa de comida del clap y pasó 4 horas
esperando pero regresó sin nada, al final no la vendieron porque al parecer
llegaron incompletas y la gente protestó por el abuso, tal vez mañana la
vendan.
María
le comenta a José que su hermano Juan se va del país la próxima semana, porque
no consigue el tratamiento para su hijo que convulsiona. José se inquieta y
piensa, “varios de mis amigos del trabajo han renunciado esta semana porque
también se van. Yo también lo estoy pensando. Los medicamentos de mi vieja no
se consiguen, y esto que estamos viviendo no es vida, pero no es fácil empezar
de nuevo”.
Y es que los más amenazados y vulnerables en medio de esta situación
son los enfermos crónicos, especialmente los niños, ancianos y enfermos
psiquiátricos, quienes en medio de esta situación se han visto obligados a
tomar ellos mismos las calles con la consigna “no queremos morir”.
Recientemente, las madres de los niños que padecen de cáncer salieron a la
calle junto con sus hijos, para exigir un trato digno y respeto a la vida;
ellos, quienes deberían estar protegidos por las instituciones públicas. Sus
familiares emigran para, con el auxilio de las remesas, poder acceder a los
medicamentos y sostener su tratamiento.
Mientras,
el Gobierno, inescrupulosamente, se empeña en negar la ayuda humanitaria
afirmando, desde su ideología, que en Venezuela la gente vive en el mejor de
los mundos.