El dilema del voto por Leonardo Padrón
Nunca he dejado de votar. Ni
siquiera en los eventos electorales donde sé que mi candidato será derrotado.
Ni siquiera cuando el régimen ha diseñado todas las estrategias posibles para
neutralizar el voto opositor. Ni siquiera con Tibisay Lucena presidiendo el
CNE, aviesa e irreversible. Ni siquiera sabiendo que Jorge Rodríguez es su
verdadero jefe. No acepto renunciar a mi derecho ciudadano. No me da la gana.
No pienso darles el gusto. No me voy a quedar rezongando mi ira solo por las
redes sociales. No tolero resignarme. Ni convertirme en silencio. Porque eso es
abstenerse. Abstenerse es callarse. Desaparecer. No expresar tu parecer. Es
dejar que la dictadura juegue sola y fácil. Es allanarles el camino, dejarles
la puerta franca para prolongar el saqueo. No hay mejor guarimba contra el
avance de la dictadura que millones de ciudadanos plantados en los centros de
votación. Digo, por los que estuvieron en tantos plantones y hoy se sienten
decepcionados por el resultado. No hay mejor trancazo que millones de boletas
electorales rechazando esa tragedia que ha sido el chavismo en nuestras vidas.
Yo, como tantos, también me siento
defraudado por el desenlace que tuvo la mayor protesta ciudadana que ha habido
en contra del régimen durante cuatro meses de este año 2017, con un muy
doloroso costo en vidas humanas, gente encarcelada, herida, arruinada o
fugitiva. Yo también le critico actitudes, errores y veleidades a la MUD. Yo
también exijo mayor temple y menos improvisación. Más estrategia y menos
candor. Pero oposición somos todos. Oposición no solo es el cogollo político
opositor, no solo es el líder pusilánime o el carismático, no solo es el
analista radical o el conservador. Oposición es también el venezolano que este
año ya no le alcanza el dinero para inscribir a sus hijos en el colegio y ni
siquiera para que en la nevera de su casa haya cierta dignidad. Oposición son
las mujeres que deben parir a sus hijos en la sala de espera de un hospital
público. Oposición es todo aquel que
ha tenido que enterrar a un familiar por culpa del reinado del hampa. Oposición
es todo venezolano sumido en la perplejidad y la depresión al ver en lo que nos
hemos convertido. Oposición es el país en ruinas.
Por eso no creo que hayamos perdido
la calle definitivamente, porque salir a votar es también un acto de calle, el
más masivo, el más contundente, y quizás el de mayor eficacia que podamos
realizar. Se ha comprobado hasta el hartazgo que en los eventos electorales
somos millones, mientras en las marchas somos miles y miles, y en los
trancazos, apenas cientos. No hay mayor acto de resistencia pacífica que el
voto. Pero vale el punto: aquí ya todos perdimos la ingenuidad. El argumento
abstencionista tiene su razón de ser. ¿Para qué votar si luego inhabilitarán a
los gobernadores, o les dictarán auto de detención, o los privarán de recursos?
Cierto, todo eso puede pasar. Y todo eso solo servirá para remarcar más aún el
carácter delictivo del régimen. Prefiero obligarlos a seguir delinquiendo que
quedarme inerte en la ventana de mi casa. Muchos dicen que asistir a las
regionales es traicionar a los que dejaron su vida en el asfalto de las
protestas. Con todo respeto, creo lo contrario: dejar de votar es olvidar a
nuestros muertos, a los estudiantes asesinados a quemarropa, a los adolescentes
caídos, a tanta historia mínima y terrible que ha ocurrido. Dejar de votar es
dejar de seguir luchando. Es claudicar.
Por eso elijo seguir protestando. Y
votar es un acto de protesta. Quizás no se trata -en Miranda, por ejemplo- de
votar a favor de Carlos Ocariz, sino en contra de Héctor Rodríguez. ¿Alguien se
imagina a semejante personaje, que se jacta de la talla y peso de los niños
desnutridos del país, gobernando uno de los mayores bastiones de la oposición?
Los cuentos sobre su campaña son sintomáticos. A cada zona rural de Miranda
donde aparece, lo acompañan decenas de cajas de CLAP. La clásica estrategia del
populismo. Dame tu voto, toma tu CLAP. Si no hay voto, no hay más CLAP.
Chantaje, ventajismo, extorsión, manipulación de la pobreza del venezolano.
Todo muy bajo, muy vil, muy chavista.
¿Se imaginan a ese extraño ente
llamado Rafael Lacava, desaforado hasta la ridiculez, gobernando a Carabobo?
Verlo alardeando de los recursos que ya tiene para “resolver” los problemas del
estado es asombroso, indignante. Y él sentencia su satisfacción concluyendo,
con aires de innegable estadista, que está “más contento que niño comiendo
moco”. Me cuesta creer que los habitantes del Táchira permitan que Vielma Mora
repita como gobernador, luego de haber demostrado su voracidad represiva y su
talento para los negocios turbios de frontera. O que en Anzoátegui sus
ciudadanos consientan que la abstención le tienda una alfombra roja nuevamente
a Aristóbulo Istúriz, cuya nulidad como gobernante es proverbial.
No caigamos en una nueva trampa del
régimen. No olvidemos que la dictadura hubiera preferido no ir a ninguna
elección. Ni regional, ni municipal, y mucho menos nacional. Toda dictadura,
por definición, evita las elecciones. Las masivas protestas de calle y la enorme
presión internacional desembocaron, por ahora, en al menos un logro a nuestro
favor. El régimen tuvo que mostrarle al mundo algún gesto de talante
democrático. Y he allí las elecciones regionales. Muy a su pesar. Las
adelantaron para intentar rentabilizar la resaca opositora, la inmensa
frustración, las ganas de ya no más. Así, a pesar de ellos mismos, ahí están
las elecciones de gobernadores. Uno de los tantos derechos que hemos reclamado
en estos tiempos. Y por eso el CNE elimina centros de votación, por eso no
acepta las sustituciones que reclama la Unidad en el tarjetón electoral, por
eso vuelven a hablar de conspiraciones. No quieren elecciones. Azuzan nuestra
rabia, procuran nuestra confusión, alientan la epidemia de la abstención.
Yo, como millones de venezolanos, he
madrugado en colas infinitas, he marchado incontables veces, he tragado humo,
he corrido esquivando perdigones, he firmado cuanta planilla se me atravesaba,
he escrito artículos, crónicas y tuits denunciando los atropellos, las vejaciones,
los asesinatos. He colaborado en campañas por el voto, por la democracia, por
un nuevo gobierno, por una nueva oportunidad para el país. Y seguiré
insistiendo. Votar es una nueva posibilidad de expresar mi rechazo a la
dictadura. Algunos leerán estas líneas y me llamarán colaboracionista. Ya lo
han hecho decenas de veces. Un insulto extraño, la verdad. Porque, en rigor, si
yo no voto, con quien colaboro, y mucho, es con Nicolás Maduro. ¿Y vamos a
colaborar con el ser humano que más daño le ha hecho al país, después de Hugo
Chávez?
Dicen que si voto legitimo al
régimen. ¿De verdad? ¿No lo legitima más la ausencia nuestra y el triunfo de
sus partidarios? Si el 15 de octubre los demócratas no expresamos nuestro
hartazgo y solo votan los chavistas, los enchufados, los que serán intimidados
o chantajeados con quitarles su casa de la Misión Vivienda o su bolsa de
comida, entonces el inmenso concierto de países que hoy condena a Nicolás
Maduro recibirá un mensaje equivocado. Si el chavismo gana la mayoría de las gobernaciones
el domingo 15 de octubre del 2017, le estaremos diciendo al resto del planeta
que eso es lo que queremos: más dictadura. Hasta el fin de los tiempos.
¿Razones para votar? Todas. Para
rechazar la hambruna que estremece a nuestro país. Para insistir en que somos
estructuralmente demócratas. Votar por la libertad de nuestros presos
políticos. Por los miles de venezolanos asesinados a manos del régimen. Por la
repulsión natural que producen las dictaduras criminales. Para repetirles que
cada vez son menos. Para que el mundo siga entendiendo el pedimento del país
mayoritario. Para condenar el saqueo, la estafa y la monumental corrupción.
Porque hay que hacerlo mientras exista la posibilidad. Porque el voto es la voz
de todos. Porque el silencio es darle la espalda al país. Porque luego entonces
vendrá la elección definitiva. La de un nuevo presidente. La que los termine de
expulsar del poder. Votar para volver a existir como país. Es un paso más. No podemos renunciar a
darlo. El voto, axiomáticamente, es nuestro derecho democrático y nuestro deber
ciudadano.
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