Algunos
símbolos cristianos de la Navidad tienen origen celta, romanizados algunos, a
raíz de la conquista de la Galia por Julio César en los años 52-58 a.C.
Relataré, en sucesivas entradas de lo que les hablaba a mis hijos y nietos hace
años del Árbol de Navidad, del Nacimiento (Belén o Pesebre), de los Reyes Magos
y de San Nicolás, comercializado como Santa Claus. Dedico esto ahora a Michelle
y Valentina, mis dos nietas menores (de nuestros 27 entre nietas y nietos) y
para Tábata, Samuel, Sofía y Felipe, que son los bisnietos (de los 16), que ya
saben leer y escribir (y algunos hasta
quieren ser (cuando sean grandes) “escritores”,
I.- El árbol de
Navidad.. Julio César, comienza su crónica de la conquista de las Galias (De Bello Gallico) así: Gallia est omnis divisa in partes tres,
quarum unam incolant belgae, aliam aquitani, tertiam qui ipsorum linga “celtae”
nostra “galli” appelantur (Toda la Galia está dividida en tres partes; una de las cuales la habitan los /belgas/, otra
los /aquitanos/, y la tercera, los que en su lengua se llaman /celtas/, y en la
nuestra “galos”. Los celtas eran más numerosos, importantes y los que
tenían prácticamente todo el territorio.
Estos celtas tenían unos
sacerdotes llamados druidas. estos
druidas celebraban, en el solsticio* de invierno (21-22 de diciembre)
una fiesta en honor a su dios de la fertilidad, que además era dios de las
buenas cosechas del campo. Dentro de esas fiestas, los árboles de hoja perenne,
o sea, los que no perdían sus hojas en el otoño, (coníferas, pinos…) eran adornados con luces (velas) que
simbolizaban la vitalidad de la naturaleza y el comienzo de la nueva
luminosidad.
*En el solsticio de invierno, como toda persona medianamente culta sabe,
comienzan a hacerse más largos los días, o sea, hay más tiempo de sol. Por eso
se celebraba el “regreso” del sol después de días oscuros con menos horas de
luz; ese “re-nacimiento del sol era muy digno de celebrarse.
Coincidencialmente en
Roma, la capital del imperio más grande del mundo occidental en ese tiempo, se
celebraba, también en el solsticio* de invierno, el resurgimiento de la luz del
sol, que, como ya dijimos, había llegado a su menor duración, con fiestas en
honor a los respectivos dioses.
En el
año 313 después de Cristo, el cristianismo, hasta ese año perseguido por
distintos emperadores del imperio romano,
fue permitido por Constantino el Grande. Por ese motivo, los cristianos
empezaron a celebrar su culto abiertamente en Roma, convirtiéndose esta en el
centro de la nueva religión.
El
cristianismo comenzó enseguida a evangelizar los territorios
pertenecientes al imperio romano, y llegaron asi a las Galias, que ya era
provincia romana por haber sido conquistada en los años 52 a 58 a.C por Julio
César.
Pero esos cristianos evangelizadores, se encontraron allí con
la religiones y costumbres de los celtas, arraigadas en la región, lo que
impedía su conversión al cristianismo. Y viendo los cristianos que no podían
desarraigar esas costumbres, lo que hicieron fue “bautizarlas”, es decir,
“convertirlas” al cristianismo; pero, ¿cómo?
Pues
hicieron nacer a Jesús, el 25 de diciembre, y enseñar así que ese niño nacido,
o sea Jesús, era la verdadera luz que
iluminaba ahora el mundo.
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